Bueno. Llegó el día que no quería que llegara. Gracias al cielo no se trata de una calamidad ni nada fulminante. Pero desde mi perspectiva lo considero muy grave: mi mente de verdad, verdad, está en blanco. Y para mí esto es un apocalipsis creativo.

Pienso que uno de los temores que tienen -tenemos- los columnistas es quedarnos sin cosas que escribir. Les cuento que aunque toda la vida me ha gustado hacerlo, la razón por la que, a pesar de los comentarios de gente allegada que me decía “¡Deberías escribir una columna!”, no lo hice hasta hace unos años porque siempre pensaba: “Y bueno, ¿de qué voy a escribir yo todas las semanas?”. No es lo mismo escribir cuando tienes ganas de hacerlo, que hacerlo porque tienes que entregarlo.

Pero miren, me ha ido bien. En los últimos cuatro años ha habido ocasiones en las que he estado atribulada porque se aproxima una fecha de entrega y aún no tengo idea de qué escribir, pero siempre, a última hora, se me prende el bombillo, me pasa alguna cosa, sucede algo interesante, me pongo reflexiva, sentimental, chistosa o antagónica, alguien trata de extorsionarme, a alguna amiga le hacen una trastada, me topo de frente con sucesos controversiales, me termino un buen libro o salgo a almorzar con mi papá y me sale con un dicho como “hay gente que aunque le tires leña, no se prende”. Y cuando todo eso falla, pasa que alguno de mis hijos sale con alguna ocurrencia, travesura o emprendimiento y ¡bam! problema resuelto.

La cosa es que de alguna manera siempre entrego mis notas a tiempo. Pero uh-oh, mientras escribo esto ya es lunes y son las 5:14 p.m. Claro, ustedes lo están leyendo el viernes, pero les explico, para que sepan, que Ellas imprime los lunes por la noche.

Bueno, ya son las 5:42 p.m. y no puedo creer que solo elaboré tres renglones más para esta columna. Me está dando ansiedad. Creo que me voy a comer un chocolate.

No crean que no ha sucedido nada interesante. En los últimos días se fue el agua en la ciudad por tercera vez. ¿Qué tal si escribo de eso? Pero no se me ocurre nada que decir, salvo que qué plomo no poder bañarme. Sin embargo, después me acuerdo de los miles de panameños que no tienen acceso a agua nunca, y se me pasa.

También fueron los Óscar. Compré una tarjeta iTunes e hice un maratón cinematográfico en mi casa para ver casi todas las películas antes de la premiación. Weeee, ¡escribiré de eso! Pero no; solo escucho los grillos. No tengo nada que decir tampoco. Nothing. Gornisht. Niet.

Esto es imposible, ¡yo siempre tengo algo que decir! No puede ser que estoy tan blah que no hay nada que me alegre, entristezca, enoje, sorprenda, maraville u ofenda esta semana.

¡Espero que esto sea un bloqueo temporal!