Ayer hice algo bueno. Nada elaborado, sofisticado, ni espléndido. Solo bueno.

En estos momentos agradezco a D-s por tener a mis hijos conmigo, por la salud, una alacena surtida, agua, electricidad, redes sociales y Netflix, y el espacio suficiente para que cada uno de nosotros se acomode sin que tropiece con uno ni estorbe al otro, en una cuarentena que se extiende tan amplia como la superficie del mar.

No tenemos la necesidad de salir, y la última vez que yo me aventuré afuera fue exactamente dos domingos atrás, para hacer una incursión a la farmacia.

Mis grandes aliados en estas semanas han sido los servicios de mensajería, puntualmente el de Asap. ¿Necesito una medicina? Voy a pedirla por Asap. ¿Quién puede traerme el jaroset (una jalea de dátil que se come durante la festividad de Pesaj) de casa de mi mamá? Pudiera pedirle a Asap. ¿Abastecer la nevera? Mando un Asap por dos galones de leche, solo para añadirle a medio camino tres barras de chocolates, cinco cepillos de diente, un frasco de Vel y dos paquetes de hot-dog.

Antes de la pandemia era conveniente contar con ellos; ahora son francamente quienes pueden hacer la diferencia entre la salud y un contagio potencial.

Henry, el Asap de ayer, fue tan amable como todos los otros que se han expuesto al virus en las últimas semanas para hacer mis diligencias, mientras yo espero en la comodidad de mi casa. Ya no los veo como un simple sistema de mensajería, sino como personas trabajadoras cuya valiosa labor ha contribuido a que una situación difícil sea más tolerable para todos.

Chateando ayer con él, quien ya me había mandado la tercera foto para asegurarse de que el queso que iba a echar en la carretilla fuera en verdad el que yo quería, sentí una enorme gratitud por este cómplice anónimo cuando alcancé a ver en la foto el guante estéril que cubría su mano.

Le escribí de vuelta, circulando en la foto el queso correcto, y le pedí que escogiera algo para él.

La idea de este gesto aleatorio no fue mía, y se los comparto con la esperanza de que, así como imité una acción positiva que hicieron otros, contarlo pueda inspirar a más personas a hacer lo mismo.

Pienso que no tiene mérito hacer lo menos que nos toca. Más que vanagloriarnos de realizar cosas buenas, debemos estar agradecidos –sí, agradecidos- de estar en una posición de poder ayudar a los demás. Y no es cuestión de recursos o dinero. Todos podemos hacer algo por alguien, ya sean vecinos, familiares, guardias o desconocidos.

Poco tiempo después, llegó mi pedido. El guardia de mi edificio lo depositó en el ascensor, como es el proceso en estos días, y lo mandó a mi piso.

Al desempacar la caja de víveres en el sobre de mi cocina, encontré un mensaje. Solo seis palabras, tan sencillas como el lienzo en el que estaban escritas: “Sra. Sarita gracias por la merienda”.

Si vivir una pandemia es comparable con experimentar un crudo invierno, leerlas fue tan reconfortante como beber un chocolate caliente. No se equivocó quien dijo que quien da, recibe más. Abundantemente más.