Estaba un día en el salón de belleza, tranquilita en mi silla mientras me hacían blower, cuando sonó mi celular. Esperaba una llamada medio importante; por eso, a pesar de que se trataba de un número desconocido, contesté.

Era (supuestamente) de mi proveedor de telefonía móvil, para decirme que por ser tan buena clienta, y otras maravillas, me había ganado 2 mil dólares, que debía ir a retirar a la brevedad.

Casi me infarto de la felicidad, pero no tuve ni chance de imaginar en qué me los gastaría, porque he aprendido que cuando algo suena demasiado bueno para ser cierto, pues no lo es.

Mi sentido común demoró apenas unos segundos en activarse y desarticular mi propensión a la fantasía. Cuando le dije a la amable (farsante) persona del otro lado del teléfono que me diera el número de su oficina, para devolverle la llamada en medio minuto, se enredó en una explicación toda rara y me cerró el teléfono. Definitivamente, bye-bye 2 mil dólares.

Por eso me sorprendo cuando escucho de personas que caen en todo tipo de estafas, desde telares y negocios en pirámide, pasando por la herencia del tío-abuelo nigeriano, hasta esquemas irrisorios que prometen hacerte millonario, si inviertes un par de miles de dólares en combustible en Rusia.

Antes pensaba que la gente era demasiado ingenua, por no decir boba, hasta que entendí: cada quien cree lo que quiere creer.

Por más descabellado que parezca algo, hey, si hay un 0.00001% de posibilidad de que funcione, bueno, a ver qué pasa.

No es solo en temas materiales. De hecho, ocurre más en asuntos emocionales. Siempre recuerdo el capítulo de Sex and the City en el que Miranda le cuenta a Berger, el novio de Carrie, sobre la cita que tuvo la noche antes. Cuando el sujeto con quien salió la acompañó a su casa, declinó de subir con ella, alegando que debía levantarse temprano al día siguiente. Berger le dijo “He’s just not that into you” lo que significa “No le gustas tanto“.

El razonamiento de Berger era que, la persona que quiere pasar tiempo contigo, encontrará la manera de hacerlo.

A veces no es lo que queremos creer, sino lo que necesitamos escuchar. La realidad puede ser dolorosa, y hay que ir asimilándola poco a poco, como quien se mete a una piscina de agua fría. Creer lo que no es, es en ocasiones, un mecanismo de defensa.