Como mamá, muchas veces siento que el esfuerzo que hago en diferentes cosas pasa inadvertido para mis hijos. Pero, de repente, sucede algo que me hace reconsiderar. Como una noche, un par de meses atrás. Estábamos cenando y mi chiquitín me pidió que le compartiera de mis papas fritas. Se las di todas. Y no se equivoquen, amo las papas fritas y ese día ni siquiera estaba a dieta. Cuando uno de mis hijos mayores vio este acto sublime de bondad y generosidad extrema, exclamó: “Wow, ma, qué buena que eres”, pues no podía creer lo desprendida que debe ser una persona para regalar sus PAPAS FRITAS. Lastimosamente, ese hecho sentó un precedente.

Unas semanas después compré dos No me olvides de La Inmaculada. Yo tengo un ritual, en que termino todo lo que tengo que hacer y luego me estaciono frente a la tele con mi helado, para disfrutarlo sin preocupación. Y justo cuando estaba en eso, en la fase preliminar de mi ritual, llega este mismo hijo y me anuncia de lo más tranquilo: “Ah, ma, me comí uno de tus helados”. Tuve un cortocircuito mental, y si ustedes llevan un tiempo leyendo esta columna, sabrán que no es la primera vez que en mi casa ocurren incidentes por apropiación indebida de comida.

“¿Que tú QUÉ?”, grité, porque una cosa es dar y otra muy diferente es que te quiten. Si me lo hubiera pedido, sin duda se lo hubiera regalado, y eso fue lo que le reclamé. “No te podía pedir permiso; te estabas bañando”, contestó. Qué tupé. En esta casa no se conoce lo que es bañarse en paz porque te tocan la puerta para pedirte permiso para salir, solicitar plata, acusar a un hermano, avisarte que tienes una llamada telefónica (o sea, en serio, que tomen el mensaje), o para algo ininteligible, porque no escuchas nada. Ah, pero para comerse tu helado, ahí sí “estás ocupada”.

“Pero tenías dos. ¡¡No te vas a comer DOS No me olvides!!”, me discutió. Ey, esa es mi prerrogativa. Tal vez sí, quién sabe, no lo descarto. Oink. La verdad es que había comprado dos porque los pedí por Appetito24 y me daba pena hacer que un motorizado fuera hasta La Inmaculada solo por un helado. Si ya va a ir, bueno, que traiga dos. Quizá me los coma, quizá los guarde, ¡pero son MIS helados!

Lo que aconteció después me encantó: discutimos, peleamos, hubo tiradera de puertas. Lo que me encantó no fue eso, sino que me sentí de nuevo como de 12 años, y eso no es algo que me pasa a menudo.

“Te voy a pagar tu helado!”, me decía. “No quiero plata, quiero MI helado”, “¡Bueno, mañana te lo compro!”, “Eres un fresco”, “¿Quién se come DOS No me olvides?”… Iban y volvían las recriminaciones en nuestro chiquishow.

Si pensaban que esta historia iba a tener otro desenlace, no. ¡Cómo me hubiera gustado que mi propia mamá estuviera en mi casa en ese momento para poner orden!