“Waaaaaaaaa”, se escuchaba el llanto revuelto con los alaridos de mi bebote. Pero él estaba dando vueltas en un juego mecánico, mientras mis dos pies estaban bien puestos sobre la tierra. No había nada que yo pudiera hacer.

Me sentía un poco impotente y bastante culpable. No debí dejarlo que se montara ahí. Pero bueno, él fue el que quiso, insistió y persistió para irse con sus hermanos mayores. Si no le hubiera dado permiso, hubiese estado llorando igual. Claro, por otra razón, pero llorando, al fin y al cabo. ¿Saben cómo en los casinos dicen que la casa siempre gana? Bueno, ser mamá es lo mismo, solo que al revés.

Así que lo más que podía hacer era gritarle palabras reconfortantes cada vez que su asiento pasaba enfrente mío. Estoy segura de que ni me escuchaba por encima del rugido del motor del aparato, la música del parque y los gritos de los otros niños, que a diferencia de los suyos, eran de alegría.

Mi chiquito no había cumplido aún los cuatro años, y aunque siempre ha tenido un tamaño que traiciona su verdadera edad, seguía siendo un niño chico. Pero eso es lo que pasa cuando eres el más pequeño de la manada; eres como un Simba.

Cuando la atracción finalmente se detuvo, fui corriendo a desabrocharlo de su asiento y bajarlo. Tenía los cachetes mojados de lágrimas, pero igual exclamó furibundo, con su vocecita de niño, “Mami, ¡casi me momito!”.

Lo abracé y cubrí de besitos, pero ¿qué creen? Los hermanos ya habían salido corriendo a hacer la fila para montarse otra vez, y este pulgoso se zafó de mi cariño para correr tras ellos DE NUEVO.

Había llorado, pataleado, casi se momitaba, pero qué memoria a corto plazo tan en pedazos tenía, que el recuerdo de lo mal que la pasó no le duró ni un minuto. ¡Ni uno! Mmm, me quedé pensando que estamos programados desde la cuna –o al menos el triciclo-, para pedalear tras las emociones fuertes. Qué lío.

Primero me dije que mi hijo era masoquista, pero qué va. La realidad es que así de necios somos todos. En la vida sentimos mariposas, ansiedad, nervios, emoción, suspenso, terror, alegría, triunfo. Cuando te montas, no puedes bajarte hasta que termine. A veces ríes, a veces gritas, otras lloras. Pero a pesar de sus deficiencias, la vida vale la pena. Así que mejor agárrate duro y disfruta el paseo.