Hace unas semanas mi exesposo me escribió por Whatsapp una de las frases más temibles de todos los tiempos: “tenemos que hablar”. Me hice mil películas en la cabeza, desde que quería quitarme la custodia de los niños, hasta que quería que lo volviéramos a intentar.

Llegó el fin de semana. Me pidió que conversáramos un rato a solas, mientras los niños jugaban y me sale con que tenía algo que proponerme: “¡Seamos amantes! Sin complicaciones, sin esperar nada del otro, solo pasemos el rato, una vez a la semana”. “¿Tú me estás hablando en serio?”, le dije. Me miró asombrado, y viéndome ya enojada, me contesta: “Ok, pero no pienses que quiero volver contigo. Solo sería sexo. Pero eso sí, que nadie se entere”.

Para este punto yo ya estaba que me llevaba candanga de la rabia. Antes de decirle todo lo que pensaba, me tomé unos minutos para recordar. Sí, recordar aquella vez, hace años, cuando el “tenemos que hablar” vino acompañado de las frases: “no te amo”, “no me gustas”, “ya no te deseo”. Recordé lo humillada que me sentí y todo lo que me costó recuperar mi autoestima.

Le pregunté qué le hacía pensar que aceptaría tal propuesta, a lo que contestó: “es que estás sola, pensé que necesitas compañía”. He aquí uno de los errores más grandes de los hombres y la sociedad: suponer que una mujer madura y divorciada está en búsqueda constante de sexo o esposo.

Aquella propuesta me hirió y hasta me hizo sentir humillada. ¿Cómo podía tan siquiera pensar que luego de ser la esposa, iba a aceptar ser la amante de ocasión? Lo peor es que él se encuentra en una relación “estable” con la persona por la cual me abandonó. En resumen, le iba a hacer a ella lo mismo que me hizo a mí.

Al entender que esto jamás sucedería, con cara de pena y preocupación me suplicó que no le contara a nadie lo sucedido. ¡Cuánta sinvergüenzura junta! Hasta pena sentí por aquella otra mujer, porque si no lo ha hecho aún, es seguro que en algún momento le será infiel también.

De ese fin de semana aprendí dos cosas. Primero, agradezco que haya ocurrido la propuesta. Llevaba años culpándome y pensando qué dejé de hacer o qué hice para que el amor de mi esposo se acabara. También pensaba qué pasaría si él cambiara y volviera. Luego de conocer sus nuevas intenciones, aprendí que él simplemente estaba dañado. No era una buena persona ni un buen padre ni mucho menos un buen esposo. No tuve la culpa. Cada persona es responsable por sus actos. De seguro, si nos diéramos otra oportunidad, me volvería a engañar y a humillar.

Por último, me sentí orgullosa de mí misma, por poner mi dignidad de mujer y mi amor propio por encima de todo y hasta de mi soledad, porque la verdad, y no me voy a engañar, que sí anhelo la compañía de una pareja, pero de una persona que me valore y me respete. No quiero nada sucio en mi vida; no quiero nada que robe mi paz y me mantenga en un estado de estrés, depresión y tristeza. Me costó mucho aceptarme, amarme y renacer. Me prometí no dejar que más nadie me haga sentir como algo desechable. Soy única y merezco recibir emocionalmente todo lo que estoy dispuesta a dar.