Era otro día más de levantarme a la desesperanza. Por lo menos gozaba de un sueño plácido y podía cobijarme de la tristeza que me embargaba mientras dormía. Pero apenas abría los ojos en las mañanas, la ansiedad salía a flote como burbujas en un vaso con Alka-seltzer.

Dormía bien, pero estaba agotada emocionalmente. Mi ego estaba herido y mi alma desolada. Me habían dejado, mi presencia reemplazada por la de otra. No había un momento del día en que no pensara en cómo fui descartada.

Pero como si eso no fuera suficientemente triste, estaba lo “otro”. Desde que me levantaba hasta que me dormía, me pasaba horas enteras revolviendo las redes siguiendo sus pasos; me había convertido en una experta acosadora.

Cuando me casé ni siquiera tenía redes sociales, pero ahora podía brincar de una a otra con la agilidad de una velocista olímpica.

Ah, me dirán, ¿pero cómo tienes acceso a ver lo que ponen ellos en sus redes sociales? Fácil, tan fácil como abrir una cuenta falsa y mandarle una solicitud de amistad a ambos. Y tontos los dos que me aceptaron. A ese punto llegué, como una especie de voyerista: espiando qué hicieron, a dónde fueron, analizando si se ven contentos, tratando de leer entre líneas uno comentó algo y qué contestó el otro… Me volví tan buena en esto, que posiblemente pueda conseguir trabajo en algún servicio secreto. Sé quiénes son las amigas de ella, dónde trabaja, cuáles son sus pasatiempos, hasta los sitios que frecuenta. Ha habido veces en que termino en la página de la tía de la prima de su vecina, y me rasco la cabeza preguntándome, ¿y yo qué hago aquí?

Por un momento temí que me iba a quedar sin amigas; seguro estaban aburridas de escucharme hablar todos los días de lo mismo. Si soy sincera, estaba llegando al punto en que ni yo misma me aguantaba. Con razón estaba tan cansada. Quería superar esto, pero no sabía cómo. Para lograrlo tenía que soltar, ¿pero cómo podía soltar lo que más amaba?

Tenía que salirme de este círculo vicioso. Me estaba intoxicando. Pero no podía contenerme. La ansiedad por ver y de saber era más fuerte que yo. Lo que más dolía es que ya habían pasado años. La vida para ellos siguió, y mientras, yo todavía en esto.

Tener una red de apoyo y rodearme de buenas amigas no era suficiente. Era hora de buscar ayuda de verdad. Cuando le conté todo a mi nueva terapeuta, sentí que me quitó un yunque de encima. Me habló de la dopamina y me explicó que así como nos podemos volver adictos a ciertas sustancias, podemos crear dependencia a personas e incluso circunstancias. No era mi imaginación: lo que yo sentía era una reacción química real. Cada vez que veía su foto, cada vez que lo buscaba en línea, alimentaba su recuerdo y lo mantenía vivo. Tenía que sofocar cada memoria, cada esperanza. Y para lograrlo tenía que dejar de “stalkear” en seco. Al igual que con una adicción, me dijo que las primeras semanas iban a ser las más difíciles, y así fueron. Me costó, caí un par de veces, todavía pienso en ellos, pero sé que si quiero hacer espacio para capítulos nuevos, los viejos necesitan que les ponga su punto final.