Un año y medio duró mi proceso de divorcio. Entre tantos juicios y visitas al Juzgado de Familia, cuando todo terminó, estaba realmente agotada. Tener en mis manos aquel papel en el que legalmente me proclamaba “divorciada” fue como una segunda graduación. Una amiga muy cercana, que también había pasado por lo mismo, me dijo: “Chica, esto hay que celebrarlo”.

Celebrarlo, ¿en serio? “No sé qué hay que celebrar”, le contesté. “Pues que ya no hay más juicios, que ahora eres libre para empezar un nuevo capítulo, que estás viva, amiga, ¡viva!”.

Me propuso hacer una Fiesta de Divorcio. La verdad yo ni sabía que eso existía, pero en Google buscamos ejemplos. Pasteles, decoración, juegos y toda una temática. Quedé sorprendida de que fueran tan comunes estas fiestas y de que cada vez sea menos tabú decir: “Me divorcié y estoy bien”.

Mi economía no estaba como para invertir en tantas cosas, así que nos fuimos por una reunión con amigas íntimas y las versiones más baratas de todo lo que vimos en internet. Otra amiga propuso que nos pusiéramos un vestido de novia en color negro, pero esa idea no me convenció. El pastel donde el novio aparece callándose y con cara de tristeza sí me pareció muy gracioso, pero no hubo tiempo de conseguirlo. Lo que no faltaron fueron los cocteles: llevamos un bartender que nos atendió toda la noche y nos enseñó a preparar varios tragos.

Ese día jugamos, vimos Sex and The City, hicimos karaoke y tuvimos nuestra hora de llanto, consejos y desahogos. Aunque me distraje por algunos momentos, también hubo lapsos en los que sentí una gran tristeza. Pensé en la fiesta de mi boda y que jamás habría imaginado todo lo que iba a vivir.

Hice todo lo posible porque mis amigas no se dieran cuenta de que en el fondo sentía nostalgia, y no era porque estaba arrepentida de mi divorcio, sino porque aún no sanaba todo el dolor que tenía dentro de mí. Necesitaba tiempo para mi luto emocional. Al final, todo en la vida es por etapas y cada quien sana a su manera.

Hace unos meses leí de una mujer que se hizo famosa por hacer una gran Fiesta de Divorcio; invirtió casi el mismo dinero que utilizó para su boda. Algunas personas alababan que le viera el lado gracioso a la situación, pero otros decían que un divorcio no se debe celebrar, ya que es un fracaso.

Cuatro años después de tener en mis manos aquel papel que me obligó a renacer, pienso que aunque una separación es un proceso triste, el simple hecho de ser resiliente y no rendirse basta para celebrar.

Si tu economía te permite pagar un party planner e invitar a 100 personas, pues hazlo. Si, al contrario, solo quieres compartir unas copas de vino con tu círculo cero, también es válido. El mejor consejo que puedo dar es que sea en el momento en que ya tu corazón haya sanado, ese instante cuando al pensar en lo sucedido no sientas dolor, sino paz.