Una noche me encontré con un viejo conocido que también estaba divorciado y empezamos a conversar por WhatsApp. Después de dos meses de conversaciones diarias, y una que otra salida ocasional, era obvio que eso era una relación de más que amistad. (¡A esta edad todavía me cuesta decir que tengo novio!).

La primera vez que lo invité a la casa a cenar, mi hijo de siete años lo recibió con una patada en la espinilla. De inmediato le llamé la atención y le dije que tenía que pedir disculpas y no volverlo a hacer. Más tarde esa noche, cuando mi hijo y yo estuvimos solos, conversé con él y le pregunté por qué hizo eso. Me respondió que él no quería que nadie le quitara el amor de su mamá. Le expliqué con mucha dulzura que nunca nadie iba a poder cambiar el amor que yo sentía por él, que es mi hijo. Que el amor a la pareja es otra categoría y que uno no excluye al otro. Que nuestro corazón es tan grande que uno puede amar a muchas personas, y que el amor siempre suma. Añadí que, al contrario, él debería estar contento de que yo me sintiera feliz otra vez y estar acompañada de una buena persona.

Al cabo de unos días, mi hijo me vio reír mientras chateaba con mi “alguien especial” y me dijo: “Mami, la verdad es que sí me gusta verte feliz”.

A mi “alguien especial” le pasó algo similar, pero no solo con los hijos, sino con la ex y la mamá. Y lo puedo entender: las personas a tu alrededor se acostumbran a tu rol en sus vidas, y apenas ven a otra persona asomarse se sienten amenazadas, ya sea emocional o económicamente, y en la atención y tiempo que reciben.

Yo pude guiar a mis hijos de forma que entendieran que con amor se logra mucho más que con egoísmo, y que hay que darle la oportunidad a la persona que quiere entrar y enriquecer tu vida.

Creo muy importante enseñarle a nuestros hijos que, porque tengamos una pareja nueva, ellos no dejan de ser prioritarios. Debemos enseñarles a no ser egoístas y darles un verdadero ejemplo de qué es amor, algo que tal vez no pudimos mostrarles durante el matrimonio del que ellos fueron fruto.

Recuerdo el día que llegaron a decirme que su papa tenía una novia y que ellos no la querían. Les volví a dar el sermón de que la misma felicidad que desean para mí, se la debían desear a su papá. Les recordé que él también tiene todo derecho de ser feliz con otra mujer, y que si ella era buena con ellos y quería a su papá, pues así, aunque ellos no la quisieran todavía, tenían que respetarla.

Definitivamente, nadie se casa con el objetivo de divorciarse, pero cuando eso pasa, la vida te cambia por completo. Ya no solo sigues siendo el padre o la madre de tus hijos, sino que debes mantener tu hogar y encontrar un balance emocional, recoger los pedazos que te quedaron y comenzar de cero a formar una persona completa.

No es fácil, puedes enfrentar obstáculos, sabotaje y gente que esté en contra, pero tienes todo el derecho de comenzar otra vez con una persona nueva, tienes todo el derecho del mundo a buscar tu felicidad de la forma que mejor creas, y sí, tienes derecho a amar otra vez.