[vc_row][vc_column][vc_single_image image=”45096″ img_size=”full”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]A veces, todavía tengo días en que voy manejando, mi mente a kilómetros luz de la vía España o donde sea que esté transitando. Ya han pasado años, pero de todas formas igual me sorprendo pensando “no puedo creer que estoy divorciada”.

Cuando me pongo a pensar en el deceso de mi matrimonio, visualizo la pila de hilo de una tela que se descosió. Siento que así fue mi divorcio: un hilo que se fue halando, halando, hasta que el tejido que lo mantenía en una pieza se deshizo y todo se soltó.

Pienso sin amargura, dolor, ni arrepentimiento. De manera analítica, como supongo que disecan los científicos algún espécimen de laboratorio. Y llego a la conclusión, una vez más, de que hice lo correcto. Tenía que ser así.

No me malinterpreten. Creo en el matrimonio; ojalá el mío hubiera durado para siempre. Crecí soñando con mi príncipe azul y un final feliz. Estoy clara de que la vida no es un cuento de hadas, pero la mía igual me sorprendió.

Hay quienes me decían: “Todos los matrimonios tienen sus altas y bajas”, pero el movimiento del mío asemejaba la gráfica de un sismógrafo. A menudo tenía que disimular mi infelicidad ante los demás, tapar huecos con mis dedos, guardar las apariencias, fingir que mi vida era como quería que hubiera sido. Otras veces dudaba de mí misma. ¿Será que estoy exagerando? ¿Será que todos los maridos son como el mío, pero nadie dice nada?

Por muchos años me aferré a mi esposo con las uñas; no me quería divorciar. Pero al final las cosas se cayeron por su propio peso. Hay cosas finitas que un ser humano puede aguantar.

Pero ahí es donde vuelvo a ese pensamiento subversivo que aún me sorprende en el carro… “no puedo creer que estoy divorciada”. ¿En verdad es posible que todo lo que hice, traté, aguanté e intenté fue por gusto? Sí y no. Mi matrimonio igual se disolvió, como una cucharada de leche en polvo, pero me quedó la certeza de que soy una luchadora. Hice todo lo que pude, di todo lo que tenía, y si algo aprendí es que nadie se muere por un divorcio.

Siempre he dicho que cuando alguien está en cuidados intensivos, aún se puede salvar. Pero cuando está agonizante, lo único que queda es aceptar lo inevitable. Así fue el final de mi matrimonio. Ya no había terapia, viaje, promesa o consejo por tratar. Simplemente solté y pasó.

Si has vivido lo mismo que yo (y qué tantas), y tu nuevo estatus civil es “divorciada”, acércate cada dos semanas a este rincón para hacer catarsis, reír, llorar, dar o recibir consejos, o hasta lanzarle dardos al difunto (sin dar sus coordenadas, por supuesto).[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]