Por muchos años mi vida social se basaba solo en los cumpleaños de los primos o vecinitos. No salía con más nadie que no fuera mi pareja o mis hijos. Estuve tan ocupada siendo madre y esposa, que tenía archivada esa parte de mí que alguna vez soñó con viajar a Europa o publicar un libro.

De repente mi vida dio un giro inesperado y me convertí en una mujer divorciada. A la fuerza me tocó conocer el mundo. ¿Recuerdan la escena donde Rapunzel sintió por primera vez el césped, luego de escapar de su torre? Bueno, esa era yo. La diferencia es que a mí nadie me había encerrado. Yo tenía la llave, pero no la quería usar.

En el juzgado se determinó que los niños pasarían fines de semana intercalados con su padre. Llegó el primer sábado libre, y como yo sabía que iba a tener los sentimientos revueltos, decidí quedarme en casa de una amiga con mi hermana. Las pobres hicieron de todo por mantenerme feliz: fuimos a comer, preparamos cocteles, la tanda de Sex and the city no podía faltar, siguió un karaoke, pero nada sirvió. Yo seguía con mi cara de tristeza y lloré toda la noche. Extrañaba a mis niños, y aunque estaba entretenida y con buena compañía, me sentía sola.

El tiempo pasó y fui sanando. Dios puso en mi camino a un grupo de amigas que han sido como ángeles y que me han ayudado a encontrar dentro de mí a esa mujer que estaba en pausa.

Entre risas y lágrimas comprendí que jamás debí dejar en el olvido mi vida social y que tenía derecho a vivir todo ese tiempo perdido.

Llegaron invitaciones a eventos y actividades que comencé realmente a disfrutar. Conocí a otras madres que escribían sobre sus experiencias; ahora nos reunimos cada vez que podemos para hacer catarsis con té frío o café. Fui al cine por primera vez en años a ver una película que no fuera de Disney o Pixar.

Celebré mis dos últimos cumpleaños entre amigos. El de este año fue con comida mexicana y mariachis. Estoy en un grupo de Whatsapp con mis amigas más cercanas, donde compartimos chistes y planeamos nuestra reunión quincenal para recargar baterías.

Después de 10 años volví a sentir que tenía una vida social, que aprovecho al máximo. Las necesidades de mis hijos siguen siendo mi prioridad, pero ahora me puse en la lista. Me pongo bonita para mí sin que haya ningún motivo en especial. Celebro la vida y sus oportunidades.

De sentirme triste, ahora espero con una alegría muy grande esos dos fines de semana al mes. Veo las películas que tengo pendientes por ver, voy a lugares a los que siempre dije que iría o simplemente duermo y me desconecto de todo.

Dejé la culpa atrás. Ahora solo pienso en todas las maravillas que me faltan por vivir, en los países a los que quiero viajar, en todas las personas que me falta por conocer.

Me siento como si acabara de cumplir 18 años y me dieron mi cédula por primera vez.No solo existo, ahora vivo.