Divorciarse es muy parecido a someterse a un procedimiento quirúrgico. Es algo que uno preferiría no tener que hacer, pero si la condición lo amerita, no queda de otra.

Por eso, contratar un abogado requiere la misma atención que le daríamos a escoger a un buen doctor. De ambos profesionales depende en gran medida el resultado del proceso. Y después rezar al cielo para que todo salga bien.

El abogado debe ser la persona que te ayude a navegar con la menor cantidad de sobresaltos la tormenta emocional que atraviesas. Alguien que te oriente, te infunda la tranquilidad de que tus procesos están siendo bien manejados y que te guíe hacia decisiones acertadas. Como me dijo uno, la mejor pelea es la que no se tiene. Pero lamentablemente, demasiadas veces no es así.

Para muchos abogados -no todos-, tu sufrimiento es su negocio. La primera vez que me di cuenta de esto fue al principio de mi divorcio, recibiendo la llamada de una abogada, la misma que dos días antes había acordado conmigo de manera informal a representarme. Unas 48 horas después sonó mi celular: “aló, ¿fulanita?, te saluda menganita, la abogada de tu esposo suntanito”. ¿Ah? Al parecer suntanito se enteró de que yo iba a contratar a menganita, y formalizó contratarla antes de que yo pudiera hacerlo. A qué precio, no lo sé.

Pero eso es solo un detalle. Es terrible, pero muchas personas llegan a sospechar que sus abogados han confabulado con los de la contraparte, para dilatar, extender y exprimir lo más que puedan este proceso. Así, algo que se pudo resolver de una forma más indolora, termina siendo un excruciante despliegue de denuncias, demandas, contrademandas. Si hay hijos de por medio, son un daño colateral. De hecho, muchas desalmadas te alientan a que utilices a tus propios hijos como fichas de negociación, para obtener un acuerdo más jugoso. Y las mujeres más tontas les hacen caso, sacrificando lo más importante que deben salvaguardar: el bienestar de sus hijos.

A estas abogadas no les importa ni tú ni tus hijos ni a los sinvergüenzas que representan. Solo les importa su bolsillo. Y cuando el dinero se acaba, se van, y algunas son tan inescrupulosas que son capaces de ir a ofrecerle sus servicios a la contraparte. Así, sin más.

Algunas tienen reputación de ser “comprables”, y cuando escuchas esto, te quedas pensando dónde fue a parar la ética profesional. Ahí te das cuenta de que los matrimonios no son las únicas bajas en un divorcio.